Golden Time:Volumen1 Prólogo

From Baka-Tsuki
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"Kuwaa~n... aanaan iya aaaaan... ufuu~n...", como era costumbre, cuando el sonido extrañamente erótico de la estúpida campana sonó tras él, Banri, a la cabeza del grupo, se encontraba a medio camino sobre el puente.

"Lo siento, ¿vamos demasiado rápido hoy?"

Él se volvió hacia atrás para mirar a la vicecapitana del club, quien corría justo trás él.

"Sí, vayamos un poco más despacio."

Mientras se sacaba la coleta, que se había colado por entre el cuello del uniforme, la vicecapitana también se giró hacía atrás para mirar a los demás miembros del club, que corrían detrás de ellos.

De haber ido andando, habrían oído las seductoras campanadas hacia el primer cuarto del puente. La secretaria del club, Kanada-san, cerraba la fila sobre su bicicleta ocupándose de los estudiantes de primero (que todavía no estaban en forma) para no dejarlos atrás, y golpeó la campana para indicar que se hallaban hacia la mitad del recorrido normal de cuarenta minutos.

"Esa cam...pa...nadaaa...,"

"Vieneee deeee,"

"Kanadaaaaa!" ...Con un micrófono imaginario en su mano izquierda, y moviendo la derecha a ritmo de rock, Banri y la vicecapitana cantaban a coro. "Los senpai son idiotas!", dijo uno de segundo que iba por detrás mientras les miraba fríamente. Otro, también de segundo decía mientras les miraba con cara de póquer "Todos los días lo mismo ¿no?" Daba igual si diera vergüenza oírlos, o los de primero estuvieran hartos, no había nada que hacer. Mientras miraba a la secretaria Banri le comentó "Todo bien por ahí, ¿no?" y siguiéndole la corriente le contestó la vicecapitana mientras asentía "Perfecto".

Banri y demás miembros del club de atletismo pasaban todos los días por ese puente, el que era el "el puente de madera más largo de todo Japón". Y aunque él era de allí, no tenía más remedio que reconocer: que era largo de verdad. Un ancho río separaba este lado (el de las montañas) del otro lado (el del mar), que podía sentirse desde la lejanía. Ahora más que nunca, el paisaje se veía enborronado por el polvoriento viento primaveral y, además de trémulo, parecía aún más distante. Dada la longitud del puente, le habían dedicado hasta un programa de televisión hacía unos diez años.

Apartir de ahí, os podéis imaginar lo que vino ¡la locura del puente! El ayuntamiento se embarcó en la ola y apostó por el "¡Vamos a hacer que los turistas, que seguro van a venir, se vayan bien contentos!" Después de una reunión tras otra, al final, plantaron varias estatuas de "Los Siete Dioses de la Fortuna" en la parte del puente del lado de las montañas. Las pequeñas estatuillas, del tamaño de un niño, se dispusieron bordeando un camino de montaña bastante empinado, formando una pequeña ruta de senderismo suficientemente fácil. Justo antes del linde formado por el puente y los árboles cortados al final del camino, Fukurokuju, se colgó una enorme campana, para extender con su sonido la buena fortuna sobre la otra orilla. Al lado, había un mazo colgado como diciendo "Por favor, haga sonar la campana". El que la campana tañera con un sonido extrañamente sensual era algo que no tenía arreglo, "Bueno, esto es lo que hay".

La cuestión es que, los pocos turistas que venían estaban tan distraídos haciendo fotos de las vistas desde el puente, que los únicos visitantes de las estatuas eran los perros del vecindario cuando andaban por ahí, o los del equipo de atletismo del instituto cuando salían a entrenar. Como es lógico, los perros no podían darle a la campana, y la única que producía tan obsceno ruido al tañer la campana era Kanada.

"¿Oye? ¿Qué le pasa a ese tipo?"

Banri señalaba a alguien, después de aflojar el paso y volverse hacia atrás. "¿Oye? ¿Qué?" preguntó sorprendida la vicecapitana.

"Ahí, mira... No parece que se encuentre bien, ¿le pasará algo?"

Sobre el mismo puente, un poco más adelante del grupo de Banri, había un hombre con una chaqueta caqui agachado. Se apoyaba contra la barandilla a la altura de la rodilla como si a penas pudiera sostenerse por sí mismo. Banri se le quedó mirando de medio lado, pero no sabía si decirle algo, mientras pensaba "Esto me da mala espina..."

En ese preciso instante, al pasar a su lado.

Sus ojos se encontraron de refilón, en silencio.

Aquel hombre, en cuclillas como borracho perdido, o quizás llorando, o a lo mejor enfermo de repente, se cubrió la cara con ambas manos y echó un vistazo a Banri através de un hueco entre sus dedos. En el dorso de su mano, un único y misterioso símbolo, algo así como un "wa" o un "re"[1], palpitaba con una ténue luz amarillenta que no hubiera notado de no haber parpadeado. No pudo leerlo bien, pero el caso es que los ojos del hombre estaban completamente abiertos por la sorpresa.

Se quedó perplejo, puesto que por donde medio asomaba su nariz había una extraña...

"¡Eeeh, eh!"

Como había estado mirando de medio lado todo el tiempo, perdió el equilibrio y tropezó hacia atrás unos pasos. No le gustaba nada que le vieran así.

"¡Banri!"

Llamó la vicecapitana, sorprendida también. Le dió un codazo a su vez en el cortavientos a la altura del codo.

"¡Ten cuidado! ¿Qué pasa?"

"Es que, había algo en el tipo ese... ¿¡qué!? ¿¡no fastidies!?"

Como anonadado, Banri retrocedió parpadeando mientras buscaba al tipo al lado del que acababa de pasar.

Estaba viendo visiones, o soñaba despierto.

A pesar de las veces que miró a un lado y a otro, el triste fantasma no aparecía por ningún lado. De repente, no estaba allí. Simplemente, desapareció.

¿Era su propia imaginación? ¿una alucinación? no, o quizás, no... ¿se cayó por el puente?

Mas no se oyó sonido alguno de nada que cayera en el agua.

Notes:

  1. En japonés, わ (wa) y れ (re) se parecen.


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